Éramos la gente que se quedo esperando a los que ya no volverían. Ni volvería la vida a ser como antes fuera. Cargamos encima a otros y buscábamos lo mejor; pero nuestro sol cada día perdía un poco de luz. Al fin la paciencia mengua, los gestos se vuelven afilados como sables. Somos de esa gente que no llora. Pero que recuerda el olor de jardines y el ver subir enorme la luna de noviembre a lo largo de la vieja avenida. No, no somos gente que pide excusas. Tampoco pedimos permiso. Tenemos muy en claro quienes son unos y quiénes los otros.
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