Hay días tullidos, quebrados. Devastados de raíz. A veces son semanas, meses. Establecen por si mismos reclusión. El contacto se pierde. A cabo de un tiempo no se siente dolor, ni por si, ni por nada. La soledad se vuelve compañera. Las penas ajenas llegan. Pero se evitan. Como se evita hablar de las propias. A veces por la noche visita una voz. Viene como una idea, como un sentido. Envuelve. Cobija. Acompaña. Es voz silenciosa. Ni siquiera es un susurro. Entra por la claraboya como un rayo de Luna. Pero no hay Luna. Al fin se vuelve única compañía. No hay mas. No se necesita mucho mas. Una mano tendida desde la nada misma, cuando no hay otras manos. El tedio se aleja. Y final, se aprende a respirar la inexistencia.
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